Hoy la referencia a la Navidad era obligada.

Cuento de Navidad de mediaciónAsí que hemos aprovechado para compartir con vosotros este bonito cuento sobre unos adornos de Navidad. Nos encanta porque habla de la figura del mediador y cómo se soluciona un conflicto gracias a la mediación. No os entretenemos más y pasamos a contaros el cuento.

Muchas gracias a María López por enviárnoslo.

Los adornos navideños

Los López Campos son una familia de bien de Madrid. Matrimonio ejemplar con tres hijos. Lucía, Fernando y Ana. De 14, 12 y 9 años respectivamente.

Cada Navidad desde que se casó con Carlos, María, la madre, saca del trastero las cajas etiquetadas como «Navidad». Al principio sólo había un árbol y 3 tipos de adornos para éste.

Según fueron pasando los años y fue creciendo la familia, también hubo nuevas incorporaciones a la decoración navideña.

Primero fue un nacimiento con figuras de todo tipo, una corona para anunciar la llegada del niño Jesús en la puerta de casa, una corona de adviento con cuatro velas para seguir de cerca la llegada del nacimiento del niño Jesús, y una larga colección de adornos muy variados.

María iba comprando distintas cosas, además de incorporar las que sus hijos iban haciendo en el colegio y en casa, a modo de manualidades.

Una Navidad, María se quedó mirando el árbol y pensó que aquello no tenía sentido. Había una mezcla terrible de formas y colores distintos. Por no hablar de las bolas sin brillo, los renos sin patas, luces fundidas, mariposas sin antenas etc.

Pensó que este sería el último año con esos adornos y ese árbol. Cuando acabara la Navidad renovaría todo para el año siguiente.

Lo que María no sabía, es que árbol, adornos, nacimiento y espumillones eran capaces de oír y ver lo que los López Campos sentían y pensaban. Y en esos momentos estaban entrando en pánico.

De repente lo que había sido paz y felicidad por estar de nuevo en el salón de su familia. Volver a sentir la paz y el amor de cada año y ser el centro de la vida familiar, se transformó en un miedo irracional y una tristeza horrible. No entendían nada. Ellos lo habían hecho lo mejor posible. Es normal que con tantos años tuvieran algunos achaques, pero no entendían que eso supusiera que se deshicieran de ellos.

Los adornos de Navidad no son cualquier cosa. Al fin y al cabo, ellos representan el nacimiento de niño Jesús, Salvador del mundo. Representan todo lo bueno y han recibido una buena formación. Así que no habría problema. Ellos sabrían solucionarlo.

Se reunieron durante horas. Los Muñecos de nieve proponían borrarle de la memoria esos pensamientos a María. Los papás Noel se resignaban y trataban de pensar la forma de buscar un futuro no tan malo. Quizá acabaran en otra casa que no tuviera adornos ahora ni dinero para comprarlos. Al fin y al cabo los López Campos siempre daban todo a una buena Parroquia.

Las bolas, las más tozudas, insistían en que todavía era pronto para eso. Que había que buscar un plan B para seguir formando parte de la familia unos años más.

Estrellas y piedras brillantes pensaban que quizá recolocándose por la noche. Escondiendo a los menos agraciados y sacando brillo a los más nuevos, podrían hacer cambiar de idea a María.

Las discusiones se alargaron toda la noche.

Lo más fácil era que la estrella de Belén decidiera. La más sabia de todos ellos. Por su situación privilegiada, y por ser la más mayor de todos, además de ser la Guía.

Pero el caso es que todos habían aprendido por María, que era mediadora, que lo mejor no siempre es lo que decide una persona, por muy sabia e inteligente que sea. Eso raras veces satisface a la mayoría. Así que, aunque la estrella les ayudó en las conversaciones, finalmente no fue la que escogió qué camino tomar.

Fueron proponiendo soluciones, votándolas y haciendo pequeñas modificaciones.

Finalmente, cerca de las 7 de la mañana, llegaron a un acuerdo.

Los pastores habían sugerido que sí sería buena idea recolocarse. Pero no poniendo a los adornos perjudicados escondidos. Más bien lo contrario.

Fueron recordando Navidad a Navidad todo lo que habían ido sintiendo los miembros de la familia al elegirlos, comprarlos y colocarlos.

El reno al que le faltaba una pata, escogido por Fernando en aquella tienda de plantas y adornos. Se enamoró a primera vista y no paró hasta que su madre se lo compró. Cada Navidad, al colgarlo, recordaba aquél momento, y madre e hijo se unían un poco más.

Las bolas azules, que desentonaban con el resto de adornos naranjas y verdes, las había elegido la pequeña Ana por internet. Significaban mucho para ella. Eran de su color favorito.

Las cintas de rafia naranjas, que sustituían al tradicional espumillón, habían sido idea de Lucía, la hija mayor, cuando era apenas un bebé. Ya deshilachadas y rompiéndose a trozos, pero seguían recordando los años que llevaban todos juntos.

Los muñecos de nieve y papás Noel con pinzas, de los que se había encaprichado Carlos, y que al principio no quiso comprar María, porque le parecía que no eran adornos tradicionales. Llevaban con ellos desde su primera Navidad juntos. Y eran el toque divertido y alegre del árbol.

Figuras de Belén de distintos materiales, tamaños y formas. La mayoría de ellos sin manos o piernas. Ángeles sin alas. Hechos en cerámica por los niños, o comprado en los distintos viajes familiares. ¡Qué recuerdos!

Así que con toda esta información, los adornos y figuras se recolocaron antes de las 7:30, hora a la que se solía asomar la madrugadora Lucía por la puerta.

Cuando Lucía entró al salón, tuvo una sensación extraña. No sabía lo que era. Miró una y otra vez a los lados. No parecía que hubiera nada diferente a la noche anterior. Sin embargo, algo le estaba haciendo sentir muchas emociones.

Al fijarse en el Belén se dio cuenta de un pequeño detalle. La desproporcionada oveja que había hecho de pequeña, en lugar de su sitio habitual, tras troncos, estaba en primera fila, desafiando a los pequeños pastores mancos a su lado. Esos pastores se le habían caído en una ocasión. Su madre le había dejado mantenerlos en el Belén y no tirarlos, a pesar de que habían perdido sus manos y algún otro trozo más. ¡Qué emocionante revivir todos aquellos momentos!.

Según fue apareciendo el resto de la familia, fueron teniendo esas mismas sensaciones. Fernando se rió por dentro viendo esas mariposas con purpurina que tanto le asustaban de pequeño. Obligaba a María a esconderlas entre las ramas porque no se atrevía ni a tocarlas.

Ana, orgullosa, vio la bola de Navidad que había hecho en el colegio, en pleno centro del árbol.

Y fue así como María se dio cuenta de lo que realmente importa. Vio de nuevo a todos aquellos adornos y figuras. Pero esta vez con otra mirada. Desde dentro. Y decidió que no podría deshacerse nunca de todos aquellas vivencias y sentimientos. Que eran al final lo que eran.

No eran sólo objetos. Eran los fieles testigos de su vida y la de su familia.

Esa noche fue una noche muy especial para todos los «habitantes» del salón de los López Campos. Todo eran risas y llantos de emoción. Y orgullo. Un gran orgullo por haber sido capaces de trabajar codo con codo todos juntos. Por haber sido capaces de escucharse. Entenderse. Y haber encontrado así la mejor solución para alcanzar su objetivo común.

Quedarse siempre con la que ya podían decir, era SU FAMILIA.

María López Campos

Esperamos que os haya gustado tanto como a nosotros.

Si os habéis quedado con ganas de más, podéis leer algún otro cuento navideño, como El reparto de cartas:Una mediación entre Papá Noel y los Reyes Magos; O Un cuento de Navidad, adaptación de Francisco Javier Alés al famoso cuento de Charles Dickens.

Aprovechamos también para desearos a todos una ¡pacífica y feliz Navidad!

Isabel Zarraluqui López (20-12-2018). «Entrañable cuento de Navidad: Los adornos navideños«. Asociación ¿Hacemos las paces?

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